Me tocan bocina y ya no reconozco a nadie. De hecho, ya ni siquiera pierdo el tiempo en darme vuelta. Levanto la mano, y como dicen los chicos hoy: "finjo demencia" y sigo.
La verdad que no sabría decir con precisión, pero en un momento de la historia, todos los autos pasaron a ser iguales. Más allá del esfuerzo de la industria automotriz por crear nuevos diseños y nuevos colores, yo los veo a todos blancos, grises o negros, con vidrios polarizados y tristes e insonoros.
Me ha pasado más de una vez subirme a uno de estos coches nuevos, encenderlo y no saber si esta en marcha o no.
Creo que el quiebre fue a mediados de los '80 con el Sierra y la Fuego. Si miramos con detenimiento son los últimos dos autos con rasgos distintivos. Desde entonces hasta estos días, pasaron a ser todos uniformes y sin personalidad.
Yo no soy el más tuerca de todos, pero antes, hasta las minas reconocían a los autos por el ruido.
Cualquier madre podía decirle a su hija:
-nena fíjate que vino a buscarte el que te arrastra el ala, y escuchar como respuesta:
-No mamá! ese es el ruido de un 128 y mi novio tiene un 504
Cuando la Perra Talaro bajaba de la Esso por calle Rivadavia en el Ranchero, mi abuela Pepa ponía cara de "ahí paso Marcelo".
La Chevy verde del Fabi Echeverria, el Torino blanco de Manuel Zabaleta, el Dodge 1500 verde de el Pipi Longo, la XR4 gris de Esteban Turcutto, el Opel K180 naranja de Nino Elmer, hasta la R6 bordó de Pololo Estévez, eran coches con ADN propio y hasta me animaría a decir, con autoestima alta.
Incluso llegábamos a tener hasta sentido de pertenencia, la gente se identificaba con las marcas. En los pueblos como el nuestro uno asociaba marcas con apellidos. Era muy raro ver que un Corina no vaya sentado arriba de un Renault o que Orlando Hermann maneje un coche sin un ovalo en la trompa.
Pero bue, la personalidad de los autos es otra de las tantas cosas que también se ha ido perdiendo, seguramente es por eso que ya no reconozco ninguno.
Por Silvio Maquirriain.